jueves, 2 de julio de 2015

reflexion


Si una persona es perseverante, aunque sea dura de   entendimiento, se hará inteligente; y aunque sea débil se  transformará en fuerte


El hombre se bajó del bus en el cual había recorrido 300 kilómetros, se sacudió el polvo adherido a la ropa y llevó la caja de cartón, su único equipaje, a la acera. Una vez allí, empezó a colocar su mercadería en el piso. 
La caja parecía una fuente inagotable de collares, pulseras, blusas para damas, juguetes, utensilios domésticos, baterías para radios y otra cantidad de artículos de bajo precio. 
Una vez dispuesto su pequeño almacén callejero, empezó a ofrecer aquellos objetos a los transeúntes. 
Su aspecto era de un extranjero acostumbrado a trasegar por los caminos inhóspitos del país y su lengua era de lo más extraño que se hubiera escuchado en ese lejano pueblo de provincia. 
Ese día no era un día cualquiera: había llegado el primer árabe a un lugar en donde ellos harían parte de la historia. 
Los clientes miraban y pasaban de largo. 
Ninguno se detenía a observar las mercaderías ni a preguntar por su precio y mucho menos a comprarlas. Y así pasó todo el día y otro y otro más. Seguramente el hombre terminaría por empacar sus cosas y regresarse por donde había venido. 
Y cualquiera se habría cansado de la indiferencia pero aquel hombre no era una persona cualquiera: se trataba de un árabe acostumbrado a afrontar las dificultades en las hirvientes arenas del desierto y no se rendiría ante el primer obstáculo. 
Su virtud más importante le bastaba por todas las que no tuviera: perseverancia.La perseverancia es mantenerse constante en seguir, terminar lo que se ha comenzado es persistir cuando las circunstancias invitan (u obligan) a renunciar. Es mantenerse firme en una posición cuando los factores de la adversidad aconsejan la retirada. 
Es continuar sin desvíos, adherirse firmemente a lo que se desea, aferrarse a los sueños y las ilusiones. 

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